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23 feb 2011

Philip-Lorca di Corcia (Hartford, Connecticut, 1951)

@javieraragon  

Realidad y ficción se dan la mano de una forma tan intricada en la obra de este fotógrafo norteamericano, que escenas que pensamos que son reales son escenografías y viceversa. Entre Boston y Yale desarrolló su aprendizaje di Corcia que una vez que desde que empezó a fotografiar las calles de las ciudades se ha convertido en una de las figuras de referencia en ese tipo de fotografía.

Asimismo ha ido evolucionando desde un trabajo en el que en vez de elegir una fotografía entre muchas hacía una única fotografía tremendamente meditada y estudiada, hasta llegar a una forma de trabajar en la que el azar entra en juego. Y es que como él mismo ha reconocido en alguna entrevista, aquella primera forma de trabajar llegó a resultarle aburrida.

En los inicios de los años 80, di Corcia viaja a Los Ángeles y en el bulevar de Santa Mónica empezó a retratar a personajes de las calles, mendigos, chaperos, prostitutas, perdedores, personajes a los que les pesa la vida y eso se refleja en sus cuerpos, en sus rostros, en retratos que combinan la iluminación natural y la artificial de una forma muy particular.

En los años 90 empezará con una serie de fotografías tomadas en las calles de Nueva York, por las que transitan personas solitarias, incluso cuando se encuentran con otros seres humanos, personas que parecen abrumadas por la propia ciudad y la pérdida de identidad que introduce el estar integrado en una sociedad en la que la mayor parte del tiempo estamos rodeados por desconocidos.

Muy impactante es su serie Heads (Cabezas) que desarrolla entre 1991 y 2001, formada por “diecisiete retratos de personajes anónimos captados en las calles de los alrededores de Time Square, ajenos al disparo fotográfico. Imágenes plagadas de una carga teatral que muestran al retratado iluminado por un foco tras un fondo oscuro, concediéndole incluso un halo de sobrenaturalidad”, como se puede leer en este artículo.

Fotografías que en cierto modo recuerdan al tenebrismo de Caravaggio, con esos rostros saliendo de los fondos oscuros, iluminados de una forma teatral y que nos hacen llegar todo su desconcierto, su soledad, su aspecto duro, casi amenazador en algún caso, que parecen salir de la noche para volver a hundirse en otra noche diferente.

Como se afirma en la web de la Fundación Telefónica “las imágenes de los personajes retratados en muchas de las fotografías de di Corcia, que parecen ausentes y aislados, nos recuerdan la vida de la ciudad, la soledad de la gran ciudad, sus habitantes, su situación y su drama personal.”

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