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23 feb 2011

Philip-Lorca di Corcia (Hartford, Connecticut, 1951)

@javieraragon  

Realidad y ficción se dan la mano de una forma tan intricada en la obra de este fotógrafo norteamericano, que escenas que pensamos que son reales son escenografías y viceversa. Entre Boston y Yale desarrolló su aprendizaje di Corcia que una vez que desde que empezó a fotografiar las calles de las ciudades se ha convertido en una de las figuras de referencia en ese tipo de fotografía.

Asimismo ha ido evolucionando desde un trabajo en el que en vez de elegir una fotografía entre muchas hacía una única fotografía tremendamente meditada y estudiada, hasta llegar a una forma de trabajar en la que el azar entra en juego. Y es que como él mismo ha reconocido en alguna entrevista, aquella primera forma de trabajar llegó a resultarle aburrida.

En los inicios de los años 80, di Corcia viaja a Los Ángeles y en el bulevar de Santa Mónica empezó a retratar a personajes de las calles, mendigos, chaperos, prostitutas, perdedores, personajes a los que les pesa la vida y eso se refleja en sus cuerpos, en sus rostros, en retratos que combinan la iluminación natural y la artificial de una forma muy particular.

En los años 90 empezará con una serie de fotografías tomadas en las calles de Nueva York, por las que transitan personas solitarias, incluso cuando se encuentran con otros seres humanos, personas que parecen abrumadas por la propia ciudad y la pérdida de identidad que introduce el estar integrado en una sociedad en la que la mayor parte del tiempo estamos rodeados por desconocidos.

Muy impactante es su serie Heads (Cabezas) que desarrolla entre 1991 y 2001, formada por “diecisiete retratos de personajes anónimos captados en las calles de los alrededores de Time Square, ajenos al disparo fotográfico. Imágenes plagadas de una carga teatral que muestran al retratado iluminado por un foco tras un fondo oscuro, concediéndole incluso un halo de sobrenaturalidad”, como se puede leer en este artículo.

Fotografías que en cierto modo recuerdan al tenebrismo de Caravaggio, con esos rostros saliendo de los fondos oscuros, iluminados de una forma teatral y que nos hacen llegar todo su desconcierto, su soledad, su aspecto duro, casi amenazador en algún caso, que parecen salir de la noche para volver a hundirse en otra noche diferente.

Como se afirma en la web de la Fundación Telefónica “las imágenes de los personajes retratados en muchas de las fotografías de di Corcia, que parecen ausentes y aislados, nos recuerdan la vida de la ciudad, la soledad de la gran ciudad, sus habitantes, su situación y su drama personal.”

Oedipus

En 8 minutos una serie de vegetales nos cuentan la historia de Edipo.


Oedipus ...starring vegetables (2004) short film in HD by jason wishnow 

22 feb 2011

@javieraragon un millón de sonrisas ¡! 

River Phoenix : la estrella que nunca se apagará!


River Phoenix :
la estrella que nunca se apagará


Si te encontrara algún día
 tendría que confesarte que vi tus películas demasiadas veces
 para descifrar tus ojos.
Milton Nascimento, “Carta a un joven autor”.


De seguir vivo, sería más grande que Johnny Depp, Brad Pitt y Leonardo DiCaprio juntos. ¿Exageración? Nunca lo sabremos. Porque River Phoenix murió de golpe un 31 de octubre de 1993, de la manera más horrible, pero no sin antes dejarnos un puñado de las mejores actuaciones de las últimas décadas.


Niño de Dios


River Jude Phoenix nació el de 1970 en Oregon, Estados Unidos. Sus padres era unos hippies que vivían de la recolección de frutos. Lo bautizaron River por el río de la vida de la novela Siddharta, de Herman Hesse, y Jude por el tema de los Beatles “Hey Jude”. Al poco tiempo de nacido River, se unieron con familia y todo a la secta Los Niños de Dios, que los llevó a Venezuela en calidad de misioneros. El dinero escaseaba, y River y su hermana menor Rain debían cantar en las calles para ganarse algunas monedas. En 1977, la familia se alejó de Los Niños de Dios debido a las acusaciones de maltrato infantil.
De regreso a tierras estadounidenses, los Phoenix —todos vegetarianos ultra puristas, al punto de no consumir ni siquiera huevos ni miel— decidieron ingresar en el showbusiness. La madre ingresó como secretaria de la cadena de televisión NBC. Desde esa posición logró que el muy pequeño River pudiera participar en avisos publicitarios. El propósito de la madre era utilizar los medios de comunicación para cambiar el mundo, y creía que River sería su misionero. Y el nene tenía con qué triunfar: rubio, ojitos claros, inteligente, con habilidades artísticas. El muchacho debutó en 1980, en la serie Siete novias para siete hermanos (Seven Brides for Seven Brothers), donde interpretaba al hermano menor. Pese a no haber estudiado actuación —es más: nunca fue al colegio, ya que los padres no creían en dicha institución— Tras veintidós episodios, el programa fue cancelado, pero River, el único sostén real de la familia, siguió trabajando en la pantalla chica: apareció en Hotel y Enredos de familia.


Camino a la fama

 

Por aquella época, el director Joe Dante lo eligió para un rol en la película de ciencia-ficción Los exploradores (Explorers, 1985). En su debut cinematográfico, River compuso a un niño inventor que, junto a otros dos jóvenes, fabrica una nave espacial y logra hacer contacto con simpáticos alienígenas. Otro de los púberes protagonistas era el ahora talentoso actor y director Ethan Hawke. Aunque Los Exploradores no fue un suceso comercial, River ya estaba instalado en el medio.
El film que lo puso en la mira del mundo llegó tan sólo un año más tarde.
Cuenta conmigo (Stand by my, Rob Reiner, 1986) contaba la historia de cuatro amigos de trece años que emprenden la búsqueda del cadáver de un muchachito. Semejante aventura constituirá la última gran experiencia de su niñez. Basado en la nouvelle El cuerpo, de Stephen King, se convirtió en uno de un gran éxito de público y crítica, y fue nominada al Oscar al Mejor Guión. Pero el elemento más destacado de la película se encuentra en el cuarteto protagónico. Más precisamente, en River Phoenix. Con su papel de Chris Chambers, un chico con calle, mejor amigo del narrador, condenado a ser un fracasado, se comió cada una de sus escenas, casi todas de alto contenido dramático. Según el director Rob Reiner, River, al carecer de formación actoral, se manejaba por la intuición. Algo así como el Método de memoria emotiva, de Stanislavsky. Tanto se metía en el papel, que a veces terminaba llorando.
En su conjunto, Cuenta conmigo es una gran, gran película, pero el trabajo de River siempre es la excusa perfecta para volverla a ver.
En su siguiente labor, La costa Mosquito (Mosquito coast, Peter Weir, 1986), compuso a un personaje con tintes autobiográficos: el del hijo que cuestiona a su padre (Harrison Ford) quien, por cuestiones ideológicas, viaja a tierras tercermundistas. Aun siendo otra vez un actor secundario, los críticos volvieron a aplaudirlo.
1988 marca el comienzo de su consagración (o algo así). Al filo del vacío (Running to empty, Sydney Lumet), nos lo trae interpretando al hijo de un matrimonio hippie que huye de la justicia debido a que, en los ’70, provocaron una explosión en un laboratorio que fabricaba Napalm (el arma biológica que los yanquis usaron en la guerra de Vietnam). Por lo tanto, la familia entera debe mudarse de pueblo en pueblo, cambiar sus identidades y de trabajos. Pero llega un punto en el que Danny (Phoenix) conoce el amor (Martha Plimpton, con quien tuvo un romance en la vida real), y deberá elegir entre seguir a sus progenitores y comenzar a hacer su propia vida. Otro rol autobiográfico, que le valió, a sus diecisiete años, su única nominación al Globo de Oro y al Oscar como Mejor Actor de Reparto. Si bien ganó Kevin Kline por Los enredos de Wanda (A fish called Wanda, Chales Chrichton, 1988), ya estaba en la lista A de los actores de Hollywood.  Pero ser una estrella no lo preocupaba. Ni siquiera confiaba demasiado en el sistema. “Es como ser el hombre invisible. Uno está ahí parado, se empieza a desintegrar, no puede verse a sí mismo y siente que ha sido absorbido por una burbuja de brillantina gigante.”, dijo en una entrevista a principios de los ‘90.
Vinieron dos películas poco trascendentes: Jimmy Reardon (A night in the life of Jimmy Reardon,William Richert, 1988) y Un espía sin rostro (Little Nikita, Richard Benjamin, 1988) coprotagonizada por Sydney Poitier.
Steven Spielberg lo convocó especialmente para la vibrante secuencia inicial de Indiana Jones y la última cruzada (Indiana Jones and the last crusade, 1989). Ahí tuvo el privilegio de encarnar a la versión teenager del valiente arqueólogo interpretado por Harrison Ford.
Tras ser dirigido por Lawrence Kasdan en Te amaré hasta matarte (I love you to death, 1990), nos regaló la actuación de su vida.
En Mi mundo privado (My own private Idaho, Gus Van Sant, 1991), compuso a Mike Waters, taxi boy, narcoléptico y adicto a la heroína. Su no-formación profesional como actor lo llevó, una vez más, a vivir en el personaje. Para darle el realismo necesario, River y su coprotagonista, Keanu Reeves, consumieron drogas de verdad. Hasta llegó a rumorearse una relación homosexual entre ambos. Dijo Van Sant: “River se comprometía, y no podía hacer un personaje con el que no se involucrara”. Es más: con su banda de música country, Aleka’s Attic, compuso un tema para el soundtrack, la balada “Too many colours”.
Mi mundo privado y la actuación de Phoenix (que le valió el Independent Spirit Award como Mejor Actor, así como premios en Venecia y de parte de la Sociedad Nacional de Critica del Cine de Estados Unidos) no tardaron en transformarse en objeto de culto.
De ahí en más, la vida de River cambió. Aparentemente, el Método lo había perjudicado. En Hollywood ya se hablaba de adicción a las drogas. Para sus amigos, no lograba salir del personaje de Mike Waters.
Así y todo, River se las arregló para seguir destacándose en películas que, en realidad, no eran gran cosa, pero su participación hacen imprescindible su visionado. En La fiesta de las feas (Dogfight, Nancy Savoca, 1991), hace de un marine que, en su última noche antes de partir para Vietnam, conoce al amor de su vida (Lily Taylor); en Héroes por azar (Sneakers, Phil Alden Robinson, 1992), compartió cartel nada menos que con Robert Redford, Ben Kingsley y Dan Aykroyd, quien enseguida notó sus problemas con las sustancias prohibidas y trató vanamente de ayudarlo; el olvidado western Silent Tongue (Sam Shepard, 1993), con Richard Harris y Alan Bates. La comedia romántica Esa cosa llamada amor (That thing called love, Peter Bogdanovich, 1993), lo tenía como un música country —otro papel semi autobiográfico—, a la cabeza de un elenco conformado por Dermont Mulroney, una no tan famosa Sandra Bullock y Samantha Mathis, con quien tuvo un romance que trascendió el set (Hacía rato que River no salía con Martha Plimpton).
Bogdanovich lo recordaba de la siguiente manera: "En filmación trabajé con un chico que parecía, alternativamente, sensible, metido en sí mismo, rudo, abusador, contemplativo, divertido, raro, amable, peligroso.  Era River haciendo James (su personaje en el film), y era tan convincente que yo pensé que así era él".  Y acotó: "Cuando terminó la filmación, conocí al verdadero River: tenía un encanto juvenil y un entusiasmo que contrastaba con su imagen de la filmación.  Se lo notaba limpio y vigoroso, transformado.  La última vez que lo vi fue durante las ruedas del prensa del filme. Allí noté que estaba bebiendo mucho. Una noche en el hotel descubrimos que había pedido 47 cervezas. Esa fue la última vez que lo vi. 

El final del actor, el nacimiento de un mito


Para 1993, River Phoenix se encontraba en la mitad del rodaje de Dark blood (inconclusa película del realizador holandés George Sluitzer) y ya tenía confirmada su rol de periodista escéptico enEntrevista con el vampiro (Interview of the vampire, Neil Jordan, 1994), la adaptación al cine de la novela de Anne Rice.
Aunque la carrera parecía ir en ascenso, su vida personal tambaleaba. La cuestión: drogas. Se dijo que hasta Hollywood lo puso en una suerte de lista negra.
Pero la noche del 31 de ese mes (sí, justo Halloween), todo se puso peor.
River, su novia Samantha Mathis y su hermano, el ahora reconocido actor Joaquín Phoenix, ingresaron en el bar Viper Room, perteneciente a Johnny Depp, en Los Ángeles. La actriz se fue temprano, pero River permaneció en el lugar, zapando con su guitarra.
Cerca de la una de la mañana, River Phoenix salió del Viper Room, en un estado lamentable. De pronto se desmayó en la vereda de Sunset Strip y tuvo convulsiones. En la ambulancia que lo llevaba al Cedars Sinai Medical Center, sufrió un colapso. Faltando nueve minutos para las 2 AM, y antes de poder llegar al hospital, River Jude Phoenix fue declarado muerto. Tenía veintitrés años.
Según el informe del forense, había sido víctima de una sobredosis. En su organismo se encontraron cocaína, heroína, marihuana y Valium.
El público, los críticos, todos quedaron consternados. Para la gran mayoría, River era un vegetariano y ecologista militante, no un muchacho sin rumbo que se la pasaba drogándose.
Los medios yanquis en general tomaron actitudes poco comunes. Tenemos el caso del fotógrafo que, estando en la escena del desastre, tuvo el respeto suficiente como para no tomar fotos del moribundo River. Cuando el tema de la sobredosis salió a la luz, los diarios y revistas se dedicaron a escribir notas condenando al joven actor: decían que usaba su reputación de tipo sano para tapar una doble identidad de parrandero incontrolable. Por el lado de Hollywood, nadie se hizo cargo, y apenas unos pocos hablaron del tema. Johnny Depp quedó tan afectado, que decidió cerrar el Viper y mudarse a Francia. Por su lado, su amigo y colega Dermont Mulroney dijo que era un espíritu libre incomprendido por el mundo. Y Christian Slater, quien lo reemplazó en Entrevista con el vampiro, donó su sueldo a la familia Phoenix.
Al no haber protagonizado tanques ultrataquilleros ATP ni cobrar sumas desproporcionadas, River Phoenix nunca llegó a ser una figura familiar para todo el mundo. Tal vez por eso no pasó a ser una de las grandes leyendas del cine. En cambio, sí es recordado como un actor de culto, una presencia marginal adorada por unos pocos grupos de fanáticos le dedican páginas especiales y foros de discusión. Músicos de prestigio como Milton Nascimento y Rufus Wainwright compusieron temas inspirados en su figura. Y la expresión “ícono de la Generación X” se volvió recurrente.
Por fortuna, muchas de sus películas comenzaron a salir en DVD, cosa que permitirá que las nuevas generaciones puedan disfrutar de este grande que murió antes (mucho antes) de tiempo.
  

19 feb 2011

Recuerdos de la niñez ¡!

@javieraragon Te acuerdas de...
- Aquel tiempo, cuando las decisiones importantes se tomaban mediante un práctico... 'Pito-pito gorgorito... ¿dónde vas tu tan bonito?'... A la era verdadera... pim pom fuera!'
- Se podí­an detener las cosas cuando se complicaban con un simple...' No ha valido' o 'Eso no vale' o 'Trampa, noo, trampa' 
- Los errores se arreglaban diciendo simplemente... 'Empezamos otra vez'
- El peor castigo y condena era que te hicieran escribir 100 veces... 'No debo...'
- Tener mucho dinero, solo significaba poder comprarte un helado o una bolsa de chucherí­as a la salida del cole...

- Hacer una montaña de arena , podí­a mantenernos felizmente ocupados durante toda una tarde...
- Para salvar a todos los amigos en las cogidas bastaba con un grito: '¡Por mí! ¡Por todos mis compañeros y por mí primero!'
- Siempre descubrí­as tus más ocultas habilidades, a causa de un '¿A que no haces esto?'
- No habí­a nada más prohibido que jugar con fuego...
¡TONTO EL ÚLTIMO! Era lo único que nos hací­a correr como locos hasta que sentí­amos que el corazón se nos salí­a del pecho...

- El ladrón y policía era solo un juego para el recreo, y por supuesto era mucho más divertido ser ladrón que policí­a...
- Los globos de agua eran la más moderna, poderosa y eficiente arma que jamás se había inventado...
- La mayor desilusión era solo haber sido elegidos últimos para el equipo del cole...
- Los hermanos mayores, eran el peor de los tormentos, pero también los más fieles y feroces PRotectores. 
- Nunca faltaban los caramelos que tiraban los Reyes Magos, ni el dinero que nos dejaba el Ratoncito Pérez bajo la almohada...
- ' GUERRA' solo significaba arrojarse tizas y bolas de papel durante las horas libres en clase...
- Los helados y la leche con galletas constituí­an el grupo de los alimentos básicos y esenciales.
- Quitar las ruedas pequeñas a la bici significaba un gran paso en tu vida.
- El mayor negocio del siglo era conseguir cambiar los diez cromos repetidos por el que hacía tanto tiempo que buscabas...
- Hacer cabañas con ramas cuando íbamos de excursión al campo nos entretení­a durante horas... Hasta que vení­an a avisarnos de que tení­amos que marchar y llorábamos desconsolados... 
- Todos te admiraban si lograbas cruzar la comba mientras saltabas...
- Era un gran tesoro si encontrabas trozos de escayola en los cubos de basura y poder dibujar en el suelo y jugar...
- Sentarnos frente al televisor a las 5 en punto con los ojos desencajados para ver Barrio Sésamo 
- Creerte superman o supergirl... y ponerte el 'babi' del cole a modo de capa mientras subidos en cualquier escalón deseabas con todas tus fuerzas poder volar como ellos... 
- Todas estas simples cosas nos hací­an felices, no necesitábamos nada más que un balón, una comba y dos amigos con los que hacer el ganso durante todo el dí­a... 
SI PODÉIS RECORDAR LA MAYORÍA DE ESTAS COSAS Y HE CONSEGUIDO QUE SONRIÁIS, SIGNIFICA QUE HABÉIS TENIDO UNA INFANCIA FELIZ...Y QUE TODAVÍA OS QUEDA DENTRO ALGO DEL NIÑO QUE ÉRAMOS NO HACE TANTO TIEMPO, ASÍ QUE HAZ QUE LEA ESTO AL QUE NECESITE UN PEQUEÑO DESCANSO EN SU APRETADA Y AGITADA VIDA DE ADULTO O AL QUE ESTÁ ENTRANDO EN ELLA Y SE AGOBIA. 


¡NUNCA PERDÁIS AL NIÑO Q LLEVAMOS DENTRO!

ÉL/ELLA DA SENTIDO A NUESTRA VIDA ¡! Por cierto... ¡¡EL ÚLTIMO SE LA QUEDA!! Ahora, la llevas tú... 

17 feb 2011

Cien años después, ¿quién es Ayn Rand?

@javieraragon Escrito el 2 de febrero de 2005

Hace cien años, el 2 de febrero de 1905, nació Ayn Rand. Es una buena ocasión para recordar su vida y obra.

El peso del yugo rojo:

Nació, como digo, hace un siglo, en la Rusia zarista. A muy pronta edad, por lo tanto, tuvo que ser testigo del terror desatado por la Revolución de Octubre y el caos en que se sumió ese inmenso país. Su familia perdió sus propiedades y ha habido quien ha especulado con la posibilidad de que alguna persona muy especial para ella fuese deportada a los campos de Siberia .
Apenas había cumplido los veintiún años cuando en 1926 logró viajar a los Estados Unidos con un permiso temporal para visitar a unos parientes. Obviamente, jamás regresó a su tierra natal.

Pronto empezó la Gran Depresión con lo que las perspectivas de encontrar trabajo para una inmigrante rusa que todavía no dominaba el idioma eran más bien escasas. Así que fue alternando empleos en la industria cinematográfica de Hollywood. Trabajando como extra conoció a Frank O’Connor, que más tarde se convertiría en su marido. Trabajó después en el servicio de guardarropa de los estudios RKO; fue allí donde empezó a trabajar en Los que vivimos, una novela semibiográfica sobre una joven, Kira Argounova, que ha de enfrentarse al comunismo ruso protegerse a sí misma y a su amado Leo Kovalensy.

Pero antes de terminarla, en 1931, empezó a escribir el guión para una película titulada Red Pawn(Peón Rojo) que presenta fortísimas similitudes con Los que vivimos. Consiguió venderlo por 1.500 dólares a los estudios Universal Pictures, que después lo revendieron a la Paramount. De momento, sin embargo, la película sigue inédita si bien su guión está publicado . Aunque es su primer escrito de importancia, ya se encuentran en él todas las características de Rand.

Estas características, que después irán desarrollándose en las demás obras, son principalmente la lucha de un hombre justo contra un entorno hostil. Y el amor con una mujer que comparte sus valores. Pero más importante todavía es la fe razonable en el triunfo del bien sobre el mal; con esa eclosión del espíritu libre que contempla las recompensas del haber obrado rectamente.

Las principales novelas
En 1932 volvió a ponerse manos a la obra con Los que vivimos, pero de nuevo interrumpió esta tarea para escribir un guión. Esta vez se trató de La noche del 16 de enero, que se estrenó primero en Hollywood en 1934 y más tarde en Broadway. Finalmente, a finales de 1933, se publicó Los que vivimos. Una década después, sirvió de guión para dos películas italianas: Noi vivimi y Addio Kira.
En 1935 empezó a escribir El manantial pero, como con su primera novela, interrumpió la empresa varias veces para componer obras menores.

Entre ellas, destaca la que apareció en 1938, ¡Vivir!, un cuento breve sobre los efectos terribles del colectivismo sobre el espíritu humano. El protagonista se inmuniza contra el letargo de unos hombres que no se atreven a pensar por sí mismos y que, por lo tanto, conforman una sociedad en la que el progreso y la felicidad triunfal son completamente desconocidos mientras la más brutal sumisión al caudillo es rutina.

Al año siguiente, en 1939, escribió una adaptación de Los que vivimos, que se estrenó en Broadway bajo el título The Unconquered (El inconquistado) y Think Twice (Piensa dos veces), que jamás llegó a estrenarse.

Durante la Segunda Guerra Mundial, en 1943, se publicó El manantial. Y tres años después Warner Brothers la llevó a la gran pantalla con Gary Cooper en el papel de Howard Roark, el arquitecto innovador que se niega a rendir su obra a los burócratas. Su rival es Ellsworth Toohey, el arquetipo del parásito que no soporta contemplar el éxito de los demás pero cuyos frutos reclama para sí en nombre de la sociedad. Entremedio hay una serie de personajes, principalmente el mediocre arquitecto Peter Keating, el editor populista Gayl Winnand y la bella Dominique Françon que se debaten entre el bando de los creadores y el de los aprovechados.
A principios de enero de 1945, Rand comenzó a escribir una novela a la que tituló The Strike (La huelga), en la que narraba la lucha de unos empresarios contra la sovietización de la sociedad americana. Su intención era describir el mismo duelo entre el genio creador independiente y el parásito que se esconde detrás de las faldas de la turba para hacerse con lo que él jamás se esforzó por crear. Aunque si bien el segundo se nutre del primero, no se da a la inversa; así que la autora planteó la situación de un creador que se declara en huelga. Y el pánico del parásito que se queda sin su odiada víctima. Sin embargo, en esta ocasión no iba a tratarse de un cara a cara entre dos hombres sino de un choque a nivel mundial que trazaría las líneas de batalla a lo ancho de toda la sociedad. Si El manantial se centraba en el creador para glorificarlo en su búsqueda de la prosperidad a pesar de los parásitos, The Strike tenía que centrarse en las consecuencias a las que ha de enfrentarse una sociedad que se traga el credo del parasitismo. Según las propias notas que escribió cuando estaba empezando a trabajar en esta obra:

En El manantial no mostré cuán desesperadamente el mundo necesita a Roark; excepto por implicación. Lo que sí enseñé fue cuán viciosamente el mundo le trata y por qué. Mostréprincipalmente lo que él es. Era la historia de Roark. Ésta ha de ser la historia del mundo; en relación con sus principales motores. (Casi una historia de un cuerpo en relación con su corazón; un cuerpo muriendo de anemia). [Las cursivas son de Rand]
Once años después de empezar a trabajar en este gran proyecto, aceptó un título diferente que su marido le sugirió. Se publicó en 1957 en Estados Unidos como Atlas Shrugged (literalmente: “Atlas se encogió de hombros”, pero en los países de habla hispana se publicó como “La rebelión de Atlas”).

Después de La rebelión de Atlas, Rand jugueteó con la posibilidad de escribir una nueva novela larga pero sin la densidad filosófica de aquella. Quería volver al espíritu colorido y vital de aquellos guiones que escribió en los locos años veinte, al estilo de la colorista y enamoradiza Good Copy. Debía tratarse de una glorificación de la felicidad triunfal, algo fresco y estimulante como la Sinfonía de Halley que se menciona en La rebelión de Atlas o la Canción de las Luces Danzarinas de Red Pawn. Llegó a ponerle nombre al protagonista, Faustin Donnegal, pero nunca la concluyó.

En 1962 escribió la introducción a la traducción que hizo Lowell Bair de El noventa y tres de Victor Hugo, su autor preferido :
La distancia entre su mundo y el nuestro es sorprendentemente corta (murió en 1885), pero la distancia que separa su universo del nuestro ha de medirse en años luz estéticos [...] No digas que las acciones de estos gigantes son “imposibles” pues son heroicas, nobles, inteligentes y hermosas. Recuerda que lo cobarde, lo depravado, lo descerebrado y lo feo no son todo lo que le es posible ser al hombre [...] Descubrí a Victor Hugo cuando tenía trece años, en la sofocante y sórdida fealdad de la Unión Soviética. Uno tendría que haber vivido en algún planeta pestilente para comprender plenamente lo que sus novelas, y su radiante universo, significaron para mí entonces y significan ahora. Y el que esté escribiendo una introducción a una de sus novelas para presentarla al público americano tiene, para mí, un aire al tipo de drama que él habría aprobado y entendido. Él hizo posible que yo esté aquí y que sea una escritora. [Las cursivas son de Rand]
Aparece el objetivismo

Al cerrar la etapa novelesca, Rand se centró en los ensayos filosóficos. Sólo un lustro después de La rebelión de Atlas, apareció el primer número de la revista The Objectivist Newsletter. Así empezó a divulgar su particular manera de entender el mundo, el objetivismo, abarcando desde cuestiones epistemológicas hasta críticas de arte pasando por la teoría política y el comentario social. La revista, bajo diversos nombres, siguió publicándose hasta 1976 . Todos sus libros de no ficción se publicaron en ese mismo periodo, excepto Philosophy: Who Needs It, que no vio la luz hasta 1982.

La elección de la palabra “objetivismo” ha creado alguna confusión pues si bien Rand defendió el laissez-faire en términos inequívocos, los principales defensores de este sistema económico han destacado por abogar la llamada teoría del valor subjetivo por lo que se les suele llamar “subjetivistas”. Hasta qué punto son incompatibles?

El subjetivismo, dentro de la teoría económica, viene a decir que el valor de un determinado bien no depende exclusivamente de las características del objeto en sí, sino también, e incluso principalmente, de las del sujeto que lo valora. Por ejemplo, uno no valora igual un mismo vaso de agua cuando está sediento que cuando está saciado.

El objetivismo al que se refería Rand consiste en poner el énfasis en que la realidad es independiente de los caprichos del sujeto, esto es, por mucho que me fastidie que esté lloviendo, ese asco no altera la situación meteorológica.

Por lo tanto, la compatibilidad es posible, al menos hasta cierto punto, entre, digamos, el subjetivismo de Ludwig von Mises y el objetivismo de Ayn Rand. Prueba de ello es la obra de George Reisman, que fue discípulo de ambos y es autor del tratado de teoría económica que lleva el explícito títuloCapitalism.

El desarrollo del objetivismo
En una ocasión le preguntaron que definiera el objetivismo en pocas palabras y respondió:
  1. Metafísica: Realidad objetiva.
  2. Epistemología: Razón.
  3. Ética: Interés propio.
  4. Política: Capitalismo.
Los primeros dos puntos se refieren a lo que ya he esbozado: que la realidad es la que es. A es A. No sólo existe una realidad en este universo (punto primero) sino que ésta es discernible (punto segundo). No vivimos en un infierno caótico. Tampoco vivimos en una magma de confusión del que sólo puedan salvarnos las élites intelectuales platónicas con sus conexiones sobrenaturales. Nada de una verdad reservada a los elegidos. Si Victor Hugo fue su inspiración estética, Aristóteles fue la filosófica.

Este racionalismo a ultranza era incompatible con cualquier forma de misticismo o sentimiento religioso. Pero Rand lo llevó hasta el extremo de desechar todas y cada una de las religiones como dogmas totalmente erróneos y viciados de origen. Si bien es innegable que todas las religiones, como todos los hombres, han cometido errores y que la teología está plagada por necesidad de elementos incompatibles con la razón, ello no quita que exista en el sentimiento religioso un anhelo de bondad. Es más, en el caso de la tradición judeocristiana de su amado Occidente, es difícil no considerar la humanización de Dios como, en cierta medida, una divinización del hombre; la exaltación de la felicidad triunfal del hombre creador. Pero el objetivismo, léase Rand, prefirió considerar que si algo bueno había tenido la iglesia en Occidente se lo debía a la filosofía secular.

Pero, volviendo a los dos puntos de partida, esa racionalidad, esa capacidad de entender el mundo no es automática. Requiere un esfuerzo, es un acto volitivo. Rand se refirió a la tentación tan frecuente de no querer enfrentarse a la realidad. La traición de preferir no saber algo pues podría ser demasiado desagradable, la tentación de desear caprichosamente y sentarse a esperar a que suene la flauta. Como el que no hace una pregunta al cónyuge para así no tener la certeza de un desamor. O como el que apretando una tecla espera que un aparato obedezca sus deseos, independientemente de la función de esa tecla en concreto.

Por lo tanto, el éxito depende de cada uno, ese es el tercer punto: el propio interés. El objetivismo rechaza la noción de que debamos ayudar a los demás siempre y en todo lugar antes que a nosotros mismos. Las necesidades de los demás no pueden representar una hipoteca sobre la felicidad de uno. Esa sería una cuenta imposible de saldar. La máxima comunista del “a cada cual según sus necesidades, de cada cual según sus posibilidades” condena a cada ser apto al agujero negro de deslomarse sacrificando todo su ser en el altar colectivo a cambio de nada. No hay nada de ético en la crueldad de aceptar culpas inmerecidas. Si no te ayudas primero a ti mismo, de poco valdrás a los demás.

Y de ahí, Rand pasa al cuarto punto, el derecho a la propiedad privada, basándose en el principio de autoposesión:
El hombre ha de trabajar y producir para poder sustentar su vida. Ha de sustentar su vida mediante su propio esfuerzo y su propia mente. Si no puede disponer del producto de su esfuerzo, no puede disponer de su esfuerzo; Si no puede disponer de su esfuerzo, no puede disponer de su vida. Sin los derechos de propiedad, ningún otro derecho puede practicarse .
Estos cuatro puntos fueron desarrollados extensamente en la revista que he citado antes y en una serie de libros. Los dos primeros aparecieron en 1963 con la intención de combatir el embiste izquierdista, fueron For The New Intellectual (En pos del nuevo intelectual) y The New Left: The Anti-Industrial Revolution (La nueva izquierda: la revolución anti-industrial).

Al año siguiente apareció The Virtue of Selfishness (La virtud del egoismo). Como en el caso del objetivismo-subjetivismo, cabe aclarar a qué se refería exactamente Rand cuando defendía el egoísmo y atacaba el altruismo.

Ella se ciñó a la palabra inglesa “selfishness”, que se refiere a la atención hacia los propios intereses. Consideró, por el contrario, que el altruismo consiste en considerar buena toda acción cuyo beneficiario sea distinto al que la emprende. Es decir, por altruismo ella entendía, en realidad, esa monstruosidad de reclamar la atención y el esfuerzo de los demás como un privilegio propio. O, dicho de otra forma, la repulsa a cualquier tipo de acto beneficioso para uno mismo; el negarle a uno del derecho de vivir su propia vida. En suma, la total sumisión del individuo a la muchedumbre. Aclarado esto, no puede resultar tan sorprendente que considerara el altruismo una “apabullante inmoralidad”.

En 1966 se publicó Capitalism: The Unknown Ideal (Capitalismo, el ideal desconocido), una recopilación de artículos en defensa de la libertad económica. Como en otras ocasiones, algunos de los artículos eran de colaboradores. Así, por ejemplo, Alan Greenspan, actual jefe de la Reserva Federal americana, escribió un notable artículo en defensa del patrón oro y otro criticando las leyes antimonopolio. Nathaniel Branden escribió sobre cuestiones relacionadas con la psicología y, en especial, sobre su tema predilecto: la autoestima.
Tres años después, en The Romantic Manifiesto expuso sus ideas estéticas en la que se incluyó, entre otros escritos, la mencionada introducción al Noventa y tres.

Un mundo que iba mal
Cuando la chapuza monumental de la Guerra del Vietnam, Rand escribió sobre el tema en uno términos que, como de costumbre, no encajaban ni con los Republicanos ni con los Demócratas. Como con los individuos, Rand consideraba que era una aberración exigir el sacrificio de un país para sacarle las castañas del fuego a otro. Peor todavía, era una cruel hipocresía derramar sangre americana en las junglas lejanas en nombre de la libertad cuando los Estados Unidos se estaban desplomando por el precipicio de la dictadura socialdemócrata hacia el abismo rojo. Como cuando en Vietnam la Fuerza Aérea no podía bombardear los santuarios del enemigo por orden presidencial o cuando tras el 11 de Septiembre se piden cuentas al sátrapa de Irak pero no al de la monarquía wahabista que financia y jalea el terrorismo.

Y así, lamentablemente, como seguimos viendo hoy, el aberrante ideal de sacrificarse por los demás a cambio de nada bueno sigue guiando la política exterior de Washington.
La política exterior americana es tan grotescamente irracional que la mayoría de la gente piensa que debe de tener algún motivo sensato. La magnitud de la irracionalidad actúa como su propia protección: como en la técnica de la “Gran Mentira”, la gente asume que un mal tan grande no podría ser tan malvado como parece y, por lo tanto, alguien debe de entender su significado, aunque a ellos se les escape.

El grupo cerrado
Pero, con el paso de los años, el grupo de objetivistas fue cerrándose sobre sí mismo. Y el control de Rand era total. Triste contradicción de la que tan vehementemente había defendido la independencia de cada individuo. Pero buscando a personas que coincidieran al máximo con sus propias ideas se aisló, privándose de la capacidad para contrastar y batirse con sus rivales.
Dicen las malas lenguas que en una ocasión Alan Greenspan llegó a besar literalmente los pies de la maestra. Pero eso no es nada en comparación con lo que se dice de la relación de Rand con Branden. Hoy es conocido que los dos mantuvieron relaciones íntimas con el consentimiento de sus respectivos cónyuges pero, previsiblemente, a pesar de tan generosa aprobación, la cosa acabó con un sonado desplante.

No fue este el único trapo sucio que salió de la “secta” objetivista, como algunos la llamaron. Murray Rothbard fue un miembro destacado del seminario de Rand e hizo esfuerzos por acercar a ésta y a su mentor, Ludwig von Mises. Estos esfuerzos se fueron a pique cuando el joven economista fue expulsado del grupo de Rand. Se dice que el detonante fue la negativa de Rand de dar su visto bueno al matrimonio de Rothbard con una persona que mantenía creencias religiosas. Justamente decepcionado pero manteniendo su humor, Rothbard escribió una breve obra teatral mofándose de Rand y su forma claustrofóbica de acaudillar su movimiento objetivista.

La diáspora
Cuando Rand murió en 1982, legó el control del grupo objetivista a Leonard Peikoff. Peikoff no sólo se encastilló en el ateismo militante sino que ha llegado a abogar por una política exterior americana de intervencionismo galopante. Si a Rand la habían llamado sectaria, a Peikoff llegaron a colgarle el sanbenito de ‘estalinista’. Lo cual ha tendio, de hecho, un efecto muy saludable: los seguidores de Rand se dispersaron en una multitud de grupos que reinterpretaron a la escritora, al margen del objetivismo oficial de Peikoff.
Ha habido, como he comentado, autores que han compaginado las visiones de Rand con las de la Escuela Austríaca. Ha habido quien ha matizado la cuestión del ateismo y quien ha reconsiderado la epistemología randiana.

Han aparecido, incluso, cierto grupo de homosexuales, principalmente en Nueva Zelanda, defendiendo su estilo de vida basándose en el objetivismo, a pesar de que la propia Rand dijo bien a las claras que eso le resultaba repugnante.

Otros, han llevado las premisas iniciales de Rand en materia política hasta sus últimas consecuencias y, más allá del minarquismo que ella defendió, han abogado por el anarcocapitalismo.

En definitiva, Rand ha entrado a formar parte de las referencias obligadas en el pensamiento liberal y su influencia, combinada con la de otros, sigue surtiendo su efecto.