@JAVIERARAGON - JAVIER ARAGÓN, EL VIERNES, 20 DE ABRIL DE 2012
Existen días en los que uno siente la necesidad de escribir, hoy es otro de ellos. Escribir requiere práctica y requiere reflexión, escribir aporta conocimiento y propaga los sentidos. En ocasiones uno no sabe ni que será de esos textos, ¿Dónde acaban mis palabras?, ¿A quién le llegaran?, ¿me ayudaran realmente?, ¿ayudan a otros tal vez?...
Tras el tecleo continuo uno va
descubriendo sus deseos más íntimos, sus preocupaciones más sinceras, lo humano
se refiere con la escritura casi a lo divino. ¿Somos realmente protagonistas de
nuestras palabras?, o tal vez seamos meros personajes que divagan y dejan en la
nube grandes o pequeñas reflexiones que tal vez un día nos ayudaran o ayudaran
a otros.
Cierto es que uno se siente mejor
cuando escribe, las preocupaciones no desaparecen pero si se ven más claras las
soluciones para seguir el camino adecuado. Al menos para mí así
funcionan mis palabras.
¿Qué
es la literatura? Compleja cuestión de respuestas varias, pues para algunos no
todo lo escrito será literatura, o no toda ella se encontrará escrita. Casi
todo puede hacerse literatura. La literatura es un arte. Y quizás este, el de
escribir, sea el más ambicioso de todos. El arte puede expresar cualquier cosa;
la literatura puede expresarlo todo y no sólo eso, sino además explicarlo,
precisarlo, buscando las palabras y las escenas adecuadas. Es un arte
profundamente intelectual: pensamiento y lenguaje son sus instrumentos; corazón
y mente su contenido. No refleja al artista sino al espectador, diría Wilde del
arte. Así, la literatura nos muestra y refleja no sólo al escritor sino, lo que
también es muy importante, a su lector.
Así
como encontramos belleza, inquietud, emoción o curiosidad en los placeres
sensoriales, desde la contemplación de la naturaleza hasta la captación de la
música, pasando por el arte plástico; así lo encontramos también en la
literatura, que sensibiliza directamente nuestra mente, da respuestas, crea
preguntas, describe lo que sabemos o imagina lo que soñamos. Los órganos
mediante los que sentimos la literatura son la inteligencia y la sensibilidad,
pues nos llega físicamente lo mismo a través de la vista al leer, o del oído si
escuchamos una narración... o desde adentro en el caso del escritor.
Como
arte, la literatura es eminentemente creadora. Su secreto está en la expresión
del sentimiento mediante la palabra, convirtiendo las sensaciones en realidad.
Su capacidad está en su sencillez y sinceridad, que hacen posible esos pequeños
y grandes mundos que no aparecen en los mapas geográficos, aquellos que
acabamos de descubrir con entusiasmo o esos que nos reviven viejas historias
tan íntimas que, ¿acaso no las confundimos con sueños pasados? Todo eso es
literatura... y mucho más. Cada persona debe sentir la literatura como algo
propio, único y a la vez compartido con muchos.
Al final, un hombre
libre sabe que está solo, solo en el extraño circuito de la vida, con su mente
a cuestas, contando, dividiendo, sumando, restando, midiendo, comparando,
observando listas, trepando para volver al mismo plano, viajando para volver al
mismo inicio, para saber que nada es tan secretamente importante: lo sagrado es
una piedra sin sentido en medio de una ruta existencial. Sólo el mismo ser
humano sabe lo que hay (y lo que no hay) en su propia mente. Y en ese
camino no hay dos participando en lo mismo. Así, pensar en el más allá, estando
en el más aquí, pensar en el tiempo, en su paso y ruido, es también (cómo no)
irrelevante.
Para un servidor el tiempo, es sólo una invención, una inexistencia creativa "civilizante", al que me adhiero muchas veces de forma inconsciente. Pero, pocas veces lo cuestiono, participo en un mundo que no entiendo con una mente propia que cada vez entiendo menos. Y quizás la única forma de entender que encuentro es escribir y sentir todos los significantes que una sociedad va impregnando. Desde ahí, sólo acepto al tiempo en un juego chamánico y es, por eso, mi imperfecto desatino controlado. Así, una forma de vaciar ese tramposo contenido de la conciencia es expresar lo que siento en mi “día a día” a través de #LosTweetsDebenFluir.
Para un servidor el tiempo, es sólo una invención, una inexistencia creativa "civilizante", al que me adhiero muchas veces de forma inconsciente. Pero, pocas veces lo cuestiono, participo en un mundo que no entiendo con una mente propia que cada vez entiendo menos. Y quizás la única forma de entender que encuentro es escribir y sentir todos los significantes que una sociedad va impregnando. Desde ahí, sólo acepto al tiempo en un juego chamánico y es, por eso, mi imperfecto desatino controlado. Así, una forma de vaciar ese tramposo contenido de la conciencia es expresar lo que siento en mi “día a día” a través de #LosTweetsDebenFluir.
Ahora de pronto,
recuerdo un set de entrevistas con los medios de hace un tiempo, estaba cansado. Los actores acaban de terminar,
uno en concreto se acerco para
atender a la prensa. Él había pasado el día grabando su nueva serie y, al
terminar, tenía que dar entrevistas al menos a una docena de periodistas que
estaban allí, sentados frente al set donde usualmente se acomoda el público con
la única misión de reírse. Yo llevaba trece horas trabajando y además había
tenido que caminar de arriba abajo los estudios dos veces. Ya era tarde, tenía
hambre y ganas de ir al hotel a descansar. De pronto le toco el turno a una
joven periodista.
Cuando por fin le
tocó su turno, ya había escuchado al actor en cuestión repetir los mismos
chistes varias veces con otros periodistas y asentir con la misma sonrisa a las
mismas preguntas. Por eso lo primero que le dijo fue:
– “Esto te va a tomar sólo dos minutos, no te preocupes que te voy a liberar rápido.”
Esta joven periodista esperaba una respuesta algo banal como “gracias” o “no te preocupes, está bien”. Cualquier cosa menos que le agarrara la mano con firmeza y mirándole fijamente con sus impasibles ojos azules, le dijera:
– “Estoy feliz de estar aquí. Estoy feliz de hablar contigo. Me hace feliz escucharte y responder tus preguntas.”
En un estudio alemán citado por el periodista del New Yorker Malcolm Gladwell en su best seller Blink, un equipo de psicólogos hizo leer cómics a dos grupos. El primero tenía que sostener un lápiz entre los labios, lo que les impedía mover ningún músculo vinculado a la sonrisa. El segundo, leyó los mismos cómics con el lápiz entre los dientes, cosa que les imponía una sonrisa. Sorprendentemente, el segundo grupo halló los cómics más graciosos que el primero. El haber tenido que sonreír durante la experiencia lectora los había forzado a disfrutar más la lectura. En conclusión, esa suposición que todos tenemos de que las expresiones faciales son el espejo de nuestras emociones, es falsa. Las emociones pueden ser también espejo de nuestras expresiones faciales. Son la misma cosa. No hay distinción entre alma y cuerpo: el cuerpo define el alma y ésta al cuerpo, o viceversa, o ni siquiera. Esa diferenciación judeocristiana entre ambas entidades es una falacia. Somos una totalidad, como de paso ya intuyeron mucho antes budistas e hindúes.
Siempre me entusiasmaron esta clase de experimentos. Cuando era chico leí en un libro que se titulaba algo así como “Preguntas sobre Ciencia Elemental” y recuerdo que en aquel entonces aprendí cual era la finalidad de los bigotes, descubrí que a los felinos les proporciona equilibrio. Para poner a prueba lo que el libro decía, le corté a mi gato los bigotes del lado izquierdo. Recuerdo que me dio mucha lástima verlo cayéndose, incapaz de acertar un salto, perdiendo el norte y tropezándose con las esquinas de las mesas. Pero vamos, los bigotes le crecieron eventualmente y yo recuerdo que estaba feliz de haber comprobado que era verdad, que para él esos cuatro pelos eran como la vara para un equilibrista.
Con esa misma excitación científica, después de haber leído sobre el estudio alemán, me fui sonriendo a una cena. No tenía ganas de comer y sentía que no había nada en el mundo capaz de hacerme sonreír, pero accedí a la cita porque debía de socializar un poco, de desconectar y cambiar el chip por unos instantes. Así que durante la media hora del trayecto que tardo el coche el llevarme a la cita forcé una sonrisa, como si hubiera tenido un lápiz entre los dientes. “Si el estudio alemán es cierto”, pensaba, “de aquí a que llegue al restaurante voy a estar contento”. Me sentía un poco ridículo en los semáforos cuando los conductores de los coches de al lado me veían sonriéndole con tanto entusiasmo a una luz roja, pero yo estaba decidido a dedicar el recorrido a sonreír a la fuerza con tal de llegar con una expresión decente a la cena.
– “Esto te va a tomar sólo dos minutos, no te preocupes que te voy a liberar rápido.”
Esta joven periodista esperaba una respuesta algo banal como “gracias” o “no te preocupes, está bien”. Cualquier cosa menos que le agarrara la mano con firmeza y mirándole fijamente con sus impasibles ojos azules, le dijera:
– “Estoy feliz de estar aquí. Estoy feliz de hablar contigo. Me hace feliz escucharte y responder tus preguntas.”
En un estudio alemán citado por el periodista del New Yorker Malcolm Gladwell en su best seller Blink, un equipo de psicólogos hizo leer cómics a dos grupos. El primero tenía que sostener un lápiz entre los labios, lo que les impedía mover ningún músculo vinculado a la sonrisa. El segundo, leyó los mismos cómics con el lápiz entre los dientes, cosa que les imponía una sonrisa. Sorprendentemente, el segundo grupo halló los cómics más graciosos que el primero. El haber tenido que sonreír durante la experiencia lectora los había forzado a disfrutar más la lectura. En conclusión, esa suposición que todos tenemos de que las expresiones faciales son el espejo de nuestras emociones, es falsa. Las emociones pueden ser también espejo de nuestras expresiones faciales. Son la misma cosa. No hay distinción entre alma y cuerpo: el cuerpo define el alma y ésta al cuerpo, o viceversa, o ni siquiera. Esa diferenciación judeocristiana entre ambas entidades es una falacia. Somos una totalidad, como de paso ya intuyeron mucho antes budistas e hindúes.
Siempre me entusiasmaron esta clase de experimentos. Cuando era chico leí en un libro que se titulaba algo así como “Preguntas sobre Ciencia Elemental” y recuerdo que en aquel entonces aprendí cual era la finalidad de los bigotes, descubrí que a los felinos les proporciona equilibrio. Para poner a prueba lo que el libro decía, le corté a mi gato los bigotes del lado izquierdo. Recuerdo que me dio mucha lástima verlo cayéndose, incapaz de acertar un salto, perdiendo el norte y tropezándose con las esquinas de las mesas. Pero vamos, los bigotes le crecieron eventualmente y yo recuerdo que estaba feliz de haber comprobado que era verdad, que para él esos cuatro pelos eran como la vara para un equilibrista.
Con esa misma excitación científica, después de haber leído sobre el estudio alemán, me fui sonriendo a una cena. No tenía ganas de comer y sentía que no había nada en el mundo capaz de hacerme sonreír, pero accedí a la cita porque debía de socializar un poco, de desconectar y cambiar el chip por unos instantes. Así que durante la media hora del trayecto que tardo el coche el llevarme a la cita forcé una sonrisa, como si hubiera tenido un lápiz entre los dientes. “Si el estudio alemán es cierto”, pensaba, “de aquí a que llegue al restaurante voy a estar contento”. Me sentía un poco ridículo en los semáforos cuando los conductores de los coches de al lado me veían sonriéndole con tanto entusiasmo a una luz roja, pero yo estaba decidido a dedicar el recorrido a sonreír a la fuerza con tal de llegar con una expresión decente a la cena.
No es una casualidad en el número de conductores creciese tan rápido y con tanta energía en Estados Unidos. Antes de que se realizaran esta clase de estudios, ya lo tenían clarísimo que todo consiste en simular y que, eventualmente, como les sucede a los mitómanos, la simulación se transforma en una realidad subjetiva. El método de Schneider equivale a ponerse un lápiz entre los dientes para producir la reacción neurológica de la risa. Todo lo que hacen los americanos, por insano que parezca, siempre tiene cierto sentido. Para ellos, no importa que el mensaje sea a todas luces falso, lo importante es que esa falsedad transmita al otro un instantáneo, fugaz, irreflexivo sentimiento de dominio del entorno. Es el mismo ficticio otorgamiento de poderes que consiguen las contestadoras telefónicas cuando repiten en una locución: "Te haremos esperar cuatro horas por un operador y jamás responderemos tu reclamo, pero ¡tu llamada es importante para nosotros!".
Volviendo a lo de antes, al final recuerdo que no llegué contento a mi cita, tal vez porque conocía el objetivo de mi experimento. Paradójicamente, la falsedad tiene que ser espontánea o no funciona. Quizá me aparezca con un lápiz entre los dientes la próxima vez. "Estoy enviando mensajes positivos a mi cerebro", explicaré. "Me estoy adaptando al American Way of Life. No se preocupen por el lápiz. Es sólo el instrumento de mi alegría".
Richard Wiseman, uno de los más
reconocidos psicólogos especializados en la felicidad, dice en su libro “59
segundos” lo siguiente:
“Si buscamos una dosis
instantánea de felicidad diaria, es sorprendente lo rápidos y eficaces que
resultan algunos tipos de escritura. Está científicamente probado que expresar
gratitud, pensar en un futuro perfecto y la escritura afectiva funcionan, y
sólo hacen falta un bolígrafo, un trozo de papel y unos minutos de tu tiempo.”
Lunes: Dar gracias.
Hay muchas cosas en tu vida por las que dar las gracias. Entre ellas pueden
estar los amigos íntimos, una relación afectiva, formar parte de una familia
que te apoya, disfrutar de buena salud, tener un techo sobre la cabeza o la
suficiente comida para vivir. O bien puedes tener un trabajo que te gusta,
recuerdos felices del pasado o una experiencia agradable reciente, como una
taza de café maravillosa, la sonrisa de un desconocido o el recibimiento de tu
perro al llegar a casa, una gran comida. Piensa en la última semana y escribe
tres de estas cosas.
Martes: Me lo pasé en grande. Piensa
en una de las experiencias más maravillosas de tu vida. Quizá un momento en el
que, de repente, te sentiste satisfecho o enamorado, escuchaste una canción
espectacular, viste una interpretación increíble o te lo pasaste estupendamente
con los amigos. Escoge sólo una experiencia e imagínate en ese momento. Piensa
en cómo te sentías y en lo que pasaba a tu alrededor. Ahora dedica unos momentos
a escribir una descripción de la experiencia y de cómo te sentías. No te
preocupes por la ortografía, la puntuación o la gramática. Sólo tienes que
plasmar tus pensamientos en el papel.
Miércoles: Un futuro fantástico.
Dedica unos momentos a escribir sobre tu vida en el futuro. Imagina que todo ha
ido lo mejor posible. Sé realista, pero imagina que has trabajado duro y has
alcanzado tus metas. Imagina que te has convertido en la persona que realmente
quieres ser, y que tu vida personal y profesional es un sueño hecho realidad.
Aunque puede que todo esto no te acerque a tus objetivos, te ayudará a sentirte
bien y te hará sonreír.
Jueves: Querido…
Piensa en alguien de tu vida que sea muy importante para ti. Puede que sea tu
pareja, un amigo íntimo o un familiar. Imagina que sólo tienes una oportunidad
para decirle a esa persona lo importante que es para ti. Ahora escríbele una
carta breve en la que describas lo mucho que te importa y el impacto que ha
tenido en tu vida.
Viernes: Revivir la situación. Piensa
en los últimos siete días y toma nota de tres cosas que te hayan ido muy bien.
Puede que se trate de cosas triviales, como encontrar aparcamiento, o más
importantes, como que te ofreciesen un trabajo nuevo o una buena oportunidad.
Si te ha resultado interesante,
recuerda compartir el blog, que paséis un
feliz fin de semana. :-)
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