Before Sunrise / Antes del amanecer
Una pareja discute en un vagón de tren. Gritan tanto, que obligan a una de las pasajeras (Céline) a cambiarse de sitio para poder continuar su lectura con tranquilidad. La causalidad la lleva a sentarse cerca de otro pasajero (Jesse) que también intenta leer. No pueden evitar mirarse, como diciendo: "vaya par de locos, cómo gritan". Pero basta esa mirada para que entre Céline y Jesse haya una conexión instantánea.
Así empieza "Antes del amanecer" y así la empecé a ver, no sin cierta incredulidad, una noche de domingo a finales de los 90. Me esperaba la típica comedia romántica pastelosa (y yo encantado, oye... no le hago ascos a nada si me entretiene) y en cambio me di de morros con una de las películas que más me han impactado, marcado y fascinado en toda mi vida. Así que ya tocaba rendirle un pequeño homenaje en este blog. (Y aviso, no me voy a ahorrar spoilers, así que si todavía no la habéis visto... corred al videoclub, o miradla en YouTube, que está entera.)
Después de charlar un rato y comprobar que esa conexión no era imaginaria, Jesse le propone a Céline una locura: bajarse con él en Viena y pasar el resto del día juntos, para hacer tiempo hasta que salga su avión a la mañana siguiente. Que se conozcan durante unas horas más, sin ataduras, que compruebe que es un tío como otro cualquiera y así dentro de 40 años ella no tenga que lamentarse "¿Y si aquel tío del tren hubiera sido el hombre de mi vida?". En la vida real, ni de coña haríamos caso a un desconocido (por mucho que se parezca a Ethan Hawke) pero la magia del cine es así.
El resto de la película es nada más y nada menos que el proceso de enamoramiento de Jesse y Céline por las calles de Viena, siempre con el peso del reloj sobre sus cabezas. Superada la confusión inicial ("¿y ahora qué hacemos?"), la química entre Julie Delpy y Ethan Hawke es tan brutal que consiguen que olvides que estás ante una película y ante dos actores. Cada mirada, cada gesto, cada sonrisa son perfectamente naturales, espontáneos. Nada falta, nada sobra. Estás viviendo la primera y última cita de una pareja que podría ser perfecta pero está condenada a separarse. Apenas puedo describir lo que transmiten escenas como la de la cabina: en dos minutos, sin intercambiar palabras, los personajes dicen y se dan cuenta de tantas cosas...
Pero si algo brilla en la película son los diálogos. Guiados por las gentes variopintas que pueblan las calles de Viena (actores estrambóticos, poetas vagabundos, adivinas...), Jesse y Céline saltan de un tema a otro de forma casi esquizofrénica: anécdotas de infancia, la vida y la muerte, lo humano y lo divino. A un mal chiste lo sigue una disquisición trascendente. Sus puntos de vista son habitualmente opuestos pero, al mismo tiempo, muy cercanos. Todas las frases están perfectamente medidas para que tú mismo te enamores de esos dos extraños, con sus estridencias, sus virtudes, sus ingenuas ganas de cambiar el mundo. En el fondo, todos hemos sido así de idealistas, de románticos; todos hemos sentido esas ganas de compartir nuestra opinión con alguien que no nos juzgará.
Sientes en primera persona la angustia de ver cómo se les agota el tiempo, cómo se saltan una regla tras otra para intentar convertir en eterno algo que sólo debía durar unas horas. La separación final es desgarradora, dejándote con esa incertidumbre: ¿se reencontrarán o preferirán guardar el buen sabor de boca de unas horas perfectas? Bueno, al menos la incertidumbre existió en su época: ahora ya hay una secuela (de la que hablaré otro día, porque también es maravillosa) que rompe parte del encanto.
Cuando termina, no puedes evitar sorprenderte: la película es todo diálogo, no ha pasado casi nada. Y sin embargo, sí han pasado muchas cosas. El ritmo está cuidadísimo: no es trepidante, pero sí fluido, cada escena se enlaza con la anterior como un beso se funde con otro. No hay enredos amorosos, ni gags, ni persecuciones, ni actuaciones musicales, ni cameos famosos, ni artimañas made in Hollywood para animar el cotarro. En ese sentido, "Antes del amanecer" se acerca más a una obra de teatro que a una película. Hay que tener mucho arte para conseguir que no te aburras con hora y media de diálogos incesantes sobre todo y nada entre un chico y una chica perdidos en Viena.
Es brutal cómo esa pareja ilumina todos los rincones de la ciudad, y qué vacíos parecen esos mismos rincones en la última secuencia, cuando Céline y Jesse ya se han separado y se suceden planos de todos los lugares en que habían estado. Llegas a preguntarte si las calles y plazas y parques de cualquier ciudad, que tan anodinos parecen cuando pasas por delante en tu camino a la rutina diaria, no habrán vivido en realidad miles de historias similares.
Muy pocas películas consiguen emocionarme con cada revisionado como la primera vez. Ésta es una de ellas. De hecho, diría que lloro incluso más, y sé que no soy el único. Como decía, la magia del cine es así: todos querríamos sentir esa conexión instantánea con un extraño, todos querríamos tener el valor de bajar del tren, todos querríamos evadirnos en una noche inolvidable de agradable conversación y no menos agradable compañía, sin preocuparnos del pasado o el futuro.
A la hora de la verdad, si algún día llegas a sentir esa conexión (eso que si nos ponemos cursis llamamos flechazo o amor a primera vista), seguramente te ocurrirá en el peor momento posible y además, con toda seguridad, te ocurrirá en el lugar menos idóneo para dejar que el romanticismo siga su curso. Problemas y preocupaciones varios impedirán que te bajes del tren con tu Jesse o tu Céline particular. No te puedes permitir aparcar tu vida sólo porque sientas que esa persona podría ser La Persona. Hay otros asuntos que resolver antes, hay otra gente a la que atender primero. Y bastante tienes en la cabeza como para intentar averiguar si esa persona ha sentido lo mismo. Te consuelas pensando que seguro que no, que sólo tú has sentido ese magnetismo, sólo en tu interior ha girado esa pieza (click) para avisarte de que el destino siempre está al acecho. Lo jodido vendrá después: los remordimientos ante una ocasión única que se ha evaporado. Cuánta razón tenía Jesse: "Así no tendrás que preguntarte si yo era el hombre de tu vida". Y qué bien hizo Céline bajándose del tren.
Y creo que por eso impacta tanto la película: nosotros nunca bajaríamos de ese tren.
En fin, que si ésta no es una de las escenas más románticas de la historia del cine, no sé cuál lo será...
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