JAVIERARAGON - JAVIER ARAGÓN, EL domingo, 8 DE septiembre DE 2013
Contamos historias para completar nuestro
tiempo, mantener tradiciones y cuando menos crear moralejas que enseñen a quienes nos rodean
lo que es aceptable y valorado. Nos contamos historias como si se tratase de un crono
de vuelos en el que apuntásemos, nombre del piloto, matricula del velero, datos del remolcador, hora de salida, ruta,... Dichas historias nos permiten trasladarnos hacia tiempos y
espacios imposibles de replicar, llenos de emoción y aventura, llenos de aprendizaje
y de experiencia. Lugares que nos remueven de la rutina diaria, por unos
instantes.
Hay historias de comienzos, y de finales; de
razones y de sueños; de aprendizaje y de lecciones; y también hay historias
atrapantes y aburridas. Y aquellas mal contadas, sin emociones, y difusas, y
predecibles, desubicadas… Pero también están las que nos inspiran, historias
que nos dan energía y vida a raudales; historias persuasivas, conmovedoras,
memorables y auténticas.
Las historias propias y ajenas, conectan
nuestra sensibilidad y la del que escucha, enlazan nuestras mentes y mantienen
despierta la atención de la audiencia. Pero no es fácil contar historias,
porque en el proceso examinamos nuestro propio comportamiento, usamos una lupa
para magnificar nuestras emociones y nos hundimos en el escrutinio de nuestras
propias razones y sin razones. Y es esto lo que nos permite proyectar
transparencia, honestidad y finalmente credibilidad. Y es que si la historia no
es creíble, se transforma en una mera y efímera descripción de acontecimientos.
En la era de la Economía de la Atención, en la que tenemos acceso a más información
de la que humanamente podemos procesar, seguimos teniendo apego a los relatos.
Nos encanta escuchar historias. Consiguen llamar nuestra atención y
arrastrarnos donde quiera que quieran llevarnos. Somos un relato que se alimenta de relatos.
Paul
Auster, en su discurso en los Premios
Príncipe de Asturias, confesaba desconocer el motivo por el que se dedica a
la literatura. Simplemente, para él, es una necesidad, un impulso humano fundamental
que le lleva a inventar historias. Además, sostiene que la creación de una obra
de arte es lo que nos distingue de las demás criaturas y lo que nos define, en esencia,
como seres humanos. “Hacer algo por puro
placer, por la gracia de hacerlo”.
Como dice Auster,
somos criaturas que esperan ansiosamente que les cuenten otra historia, y la
siguiente, y otra más. Esto tiene su peligro, como trata de advertirnos Christian Salmon en su libro Storytelling: la máquina de fabricar
historias y formatear las mentes. Y es que en ocasiones la narración puede
ser una manera de simular, convencer y movilizar o inmovilizar a la opinión
pública. El arte de contar historias puede ser también un arte manipulado, y
puede resultar más eficaz que la propaganda.
En los blogs también contamos historias. Cada
post puede ser una pequeña parte de ellas. Por ejemplo, este blog es el relato
de las cosas que voy aprendiendo o sencillamente cosas que se me pasan por la
cabeza. Al igual que Paul, no sé por
qué me dedico a esto. Lo que sí sé es que siento una tonta alegría cada día
cuando me levanto.
Si también te gusta, seguro que encontraras
interesantes propuestas si indagas más por el blog. Tras relatos o reflexiones
también podemos encontrar historias en las que cada uno interpretará lo que
desee. Aquí tenéis un ejemplo.
La película que nos contamos.
Con mucha frecuencia, nuestra
manera de ver el mundo y a nosotros mismos se convierte en un obstáculo para
nuestro desarrollo, se convierte en una fuente de problemas. Esa manera de
vernos puede que comenzara a forjarse cuando éramos unos niños. Unos niños que
se apañaban como podían en un mundo no siempre amable con ellos. Y utilizaban
las maneras de protegerse que tenían a mano, y llegaban a conclusiones sobre sí
mismos y sobre lo que esperar de la vida propia de un niño y, muchas veces,
adecuadas para la situación. El problema es que la visión del mundo creada por
el niño se convierta en los cimientos sobre los que se puede construir todo un
enorme edificio al que llamamos nuestra vida de adultos. El problema es que la
película que nos contamos sobre lo que somos y lo que es nuestra vida sea una
película de terror, o una de esas películas sesudas carentes de emoción, o una
edulcorada versión de príncipes y princesas.
Estamos formados por múltiples
historias que nos contamos una y otra vez. Somos poco más que esas historias. Y
esas historias son pocas. De las infinitas cosas que hemos visto, oído,
sentido, pensado…, elegimos unos escuetos capítulos para escribir nuestra
propia novela. Y luego la contamos y nos la contamos hasta aprenderla de
memoria. Pero podríamos elegir otros detalles con los que componer otros
capítulos y, por tanto, tener en nuestras manos otra historia que contar. Es
decir, podríamos actuar en diferentes películas y no estar representando
siempre el mismo personaje. Podríamos dejar de ser el eterno perdedor, o el
chivo expiatorio de la familia, o el torpe que rompe el jarrón cuanto cae en
sus manos, o la mujer que salva a hombres imposibles, etc.; para pasar a ser un
alivio para quienes nos rodean, o ese personaje que reconoce lo que desea y
necesita y sabe conseguirlo y hacerlo compatible con las necesidades y deseos
de los que le rodean. (…)
¿Alguna vez te has parado a pensar
que estás inmerso en la película que te cuentas a ti mismo? ¿Eres consciente de
los capítulos que forman tu novela? ¿Te gusta? ¿Te atreves a reescribir tu
historia? ¿Te apetece imaginar cómo quieres que continúe y acabe?
Ojalá tengamos la inspiración
suficiente para contarnos una historia en donde abunde la ternura y la alegría.
Ojalá sepamos inventar un mundo más sensato.
-
¿Por qué contamos
historias?
De repente me pregunto ¿por qué tengo que
contar esto?, pero si uno empezara a preguntarse por qué hace todo lo que hace,
si uno se preguntara solamente por qué acepta una invitación a cenar (ahora
pasa una paloma, y me parece que era un gorrión…) o por qué cuando alguien nos
ha contado un buen cuento, en seguida empieza como una cosquilla en el estómago
y no se está tranquilo hasta entrar en la oficina de al lado y contar a su vez
el cuento; uno después está contento y puede volver al trabajo.
Que yo sepa nadie ha explicado esto, de manera
que lo mejor es dejarse de pudores y contar, porque al fin y al cabo nadie se
avergüenza de respirar o de ponerse los zapatos; son cosas que se hacen, y
cuando pasa algo raro, cuando dentro del zapato encontramos una araña o al
respirar se siente como un vidrio roto, entonces hay que contar lo que ocurre,
contarlo a la familia, a la pareja, a los amigos o a los compañeros de trabajo,
a quien toque. “Ay, doctor, cada vez que respiro...” jaja! ;-) Contar aquello
que nos pesa, nos dejará avanzar, y pensándolo,
será mejor quitarse esa cosquilla molesta del estómago.
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¿Qué hay detrás de
una historia?
En cualquier historia podemos diferenciar dos
niveles: la estructura superficial y la estructura profunda. La estructura
superficial o anécdota es lo que sucede en la historia, los hechos narrados. La
estructura profunda o meta historia es de lo que en realidad nos está hablando
la historia, el tema del que trata.
Por poner algunos ejemplos extraídos del
excelente libro La bruja debe morir
de Sheldon Cashdan, la Cenicienta nos
habla de la vanidad, las hermanastras por
vanidosas no consiguieron su objetivo de casarse con el príncipe. Hansel y Gretel es un cuento que habla
de los peligros de la gula y podríamos seguir hablando de cuentos que todo el
mundo conoce.
Todas las historias tienen su estructura
profunda, no sólo los cuentos tradicionales. Basta con prestar un poco de
atención y leer entre líneas para saber de lo que se nos está hablando.
Contarnos historias nos ha hecho, y nos hará seguir aprendiendo a no prejuzgar
con premura o no actuar antes de tiempo, antes de que no haya vuelta atrás.
No hay que confundir la meta historia con la
moraleja. Esta última tiene una clara intención moralizante en la que se nos
dice lo que está bien y lo que está mal.
La meta historia, en cambio es el tema de fondo de la historia, y ahí no
hay ningún juicio, es el oyente quien saca sus propias conclusiones a partir de
lo que oye.
Y ahora que lo pensamos, si de algo sirve
contarnos historias; será para hacernos pensar. Para seguir adelante, para persistir,
o para reaprender y abrir viras en el rumbo que creamos o no, elegimos cada día.
Cuento
luego existo. Lo importante es que estas historias que nos contamos, nos recuerden
que la vida es un cuento por el que pasan sus protagonistas de paso, para
contarnos el sentido de nuestro viaje.