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...Mi abuelo asturiano Constante de Diego, carpintero, ebanista, comerciante, escribió su novela pastoril Gesto de Hidalgoy su poemario La casa del marinoen una Underwood preciosa, todo terreno, con doble cinta negra y roja. Era un artefacto de principios del siglo XX, fundido en acero como pieza de artillería pesada, sencillamente indestructible.
Mi padre, el poeta Eliseo Diego, también maestro, traductor, apasionado investigador de la historia de los grandes inventos de la humanidad, conservó por muchos años esa maquinita de escribir entre sus tesoros más valiosos, pero prefirió escribir sus poemas en una Olivetti y sus cuentos en una legendaria Smith-Corona...
...Los amigos de papá reconocían sus manuscritos por el primor y la limpieza de la escribanía. La Olivetti tenía por ventaja unos caracteres más achatados y a la vez robustos, ideales para la alineación de un verso. La Smith-Corona era muy veloz. Sus teclas redondas facilitaban el trabajo de mecanografía. No había que presionar mucho con los dedos para activar el mecanismo impresor. Las elegantes capitulares golpeaban con suavidad en el rodillo y regresaban rápido a sus nichos, como percusores al arpa de un piano. El cuento entonces iba avanzando sin obstáculos hasta su desenlace, siempre sorprendente. Con un alfiler de cabeza redonda, plástica, el poeta limpiaba las barrigas de las vocales, tupidas en tinta —labor de relojero que el autor de Divertimentosejecutaba con singular deleite. Luego cepillaba las letras con gasolina. Usaba una vieja escobilla de pipa.
Papá les había asignado a cada maquinita una mesa auxiliar, de estructura metálica y superficie de madera, con ruedas y tablero deslizante para colocar la papelería; al terminar su poética jornada, las cubría con un paliacate mexicano, como pajareras. Mi hermana guarda las máquinas de escribir de papá allá en la casa de La Habana porque de alguna manera fueron sus cómplices, sus confidentes, las primeras “secretarias leales” que copiaron sus versos hermosísimos. Si pudieran hablar nos contarían cómo papá tachaba y tachaba adjetivos hasta dar con el que andaba buscando para calificar cada sustantivo con rigurosa sabiduría.
Yo extravié la Underwood del abuelo asturiano en alguna mudada: ya le faltaban algunos dientes (el colmillo de la ele, el canino de la ene, el molar de hache) y parecía cansada de vivir —así que no ofreció la menor resistencia la mañana que la traicioné sin piedad (sí, le clavé un puñal por la espalda) y la deporté al cuarto de desahogo entre roncos tocadiscos RCA-Víctor y sordas grabadoras de cajón —aunque Sony, ya obsoletas. El generoso colombiano Gabriel García Márquez me acababa de regalar la primera computadora de mi vida, una Macintosh de torreta que olía a cabaret —que por aquellos años de amores fácilesera para mí uno de los aromas más seductores de la galaxia. Escobita nueva, barre bien. Tengo la impresión, o quizás haya sido una pesadilla recurrente, que la corpulenta maquinita de Constante se deshizo en una ruidosa montaña de cenizas, borrando para siempre las novelas que ya nunca escribí en su teclado.
Si hoy recuerdo y reconozco el traicionero final de esa Underwood es porque acabo de leer en internet una noticia que no sé bien por qué me entristeció este miércoles veraniego: la compañía Godrej and Boyce, de Bombay, última que fabricaba máquinas de escribir en el mundo, se ha dado por vencida y dejó de producirlas después de sesenta años batallando en el mercado, según reconoció al diario India’s Business Standardun apesadumbrado Milind Dukle, ingeniero jefe de operaciones de la empresa. “Cuando nació Godrej and Boyce, el primer ministro Jawaharlal Nehru consideró nuestras maquinitas como un símbolo de la independencia de India. Hacia finales del siglo XX vivimos nuestra época dorada, con ventas anuales de 150 mil unidades. Pero la demanda cayó en picada. Todos nuestros competidores de occidente fueron cerrando. Cerró Olivetti. Y Olympia también cerró. Hasta 2009 producíamos una media de 12 mil unidades. El año pasado fueron sólo 800 y ahora apenas nos quedan 200 en stock. “Perdimos”, dijo el ingeniero Dukle y, en nombre de Godrej and Boyce, casi a manera de venganza, avisó con dignidad que quien quiera adquirir una de estas maquinitas tendrá que hacerlo en persona, “nada de tiendas online. El museo donde vamos a exponer todos nuestros modelos tampoco tendrá representación en el ciberespacio”. Eso se llama morir con la frente en alto.
Ya había muerto la telegrafía eléctrica y la fotografía química, dos inventos hermanos nacidos en 1830. La red de internet dio el golpe de gracia al telégrafo, al permitir primero la transmisión mediante líneas telefónicas y luego a través de fibra óptica, con una rapidez y fidelidad sorprendentes. Kodak y Fuji mantienen el servicio de revelado como algo complementario mientras haya clientes tercos, testarudos, que tomen fotos con las cámaras convencionales.
Mi padre renegaba de mi computadora: le daba miedo. “Esa ocurrencia diabólica va a enloquecernos a todos”, profetizó. Alguna razón tenía... by Eliseo Alberto
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