Hace días que quería actualizar #LosTweetsDebenFluir y me doy cuenta ahora, al terminar de escribir que no sé ni qué título pondré a esta nueva entrada del blog, y acabo de decidir-lo, ‘Vivir en libertad, con la realidad de las cosas'.
Empecemos.
Siempre me entusiasmaron las estadísticas, constantemente he creído que son
reflejos que se acercan o plasman y dan forma a la realidad de las cosas. Hace
unos años (2008) en el canal de televisión Natgeo presentaron
un programa, se llamaba ‘The Human Footprint’ algo
así como 'La Huella humana' y en él, comentaban estudios sobre
los habitantes de la Tierra. Recuerdo que pude observar de nuevo algo que ya
podríamos haber leído o escuchado, en tantas ocasiones pero que como diría un
economista, “desde las cifras todo se ve más claro”. Estas curiosas
estadísticas las comparto contigo para que pienses y te animes a vivir más y
mejor.
Supuestamente
la persona promedio conocerá a 1700 personas, se enamorará de 3, se emparejará
con 10 de ellas y tendrá sexo sucesivamente a lo largo de los años unas 4.300
ocasiones. De entre todas ellas, 1 morirá en un incendio, 10 se suicidaran, 9
morirán en un accidente de transporte y 350 morirán por enfermedad del corazón.
Compartirá con otras personas 1694 botellas de vino, se comerá más de 10.000
chocolatinas y se beberá entre encuentro y encuentro 1351 vasos de cerveza. Esa
persona promedio expulsará 61 litros de lágrimas en toda su existencia, sin
embargo su pequeña aportación a la democracia se verá reflejada en la punta de
un pequeño lapicero que utilizará para marcas las cruces en las 50 votaciones
en las que participará. Cada diez años renovará todo su esqueleto. Comprará 3
lavadoras, 4 televisiones, 8 coches y una media de 15 ordenadores.
En toda su vida
tendrá una media de 104.400 sueños, 415 millones serán la cuenta de sus
parpadeos y arrojará 40 toneladas de basura. En una vida promedio de 78 años
consumirá 30 mil pastillas y leerá una media de 2.455 periódicos, además de 533
libros. Solo para los periódicos será necesaria la tala de 24 árboles.
Trabajará 10 años y se pasará en el inodoro otros 3. Caminará el equivalente a
un trayecto de España hasta Bali, ida y vuelta. Sin embargo lo que recorrerá en
coche, le permitiría ir a la luna y volver. Visitará a su médico 314 veces,
asistirá a más de 2500 celebraciones y se sentará frente al televisor la
friolera cifra de ocho años de su lapso de existencia.
Piensa en todo
eso y sé consciente de que la vida se escapa en cada instante, que debemos de
aprender a valorarla; y aprender a vivir en el aquí y el ahora. Por más que lo
intentemos la vida siempre estará repleta de incoherencias y desvaríos en los
echaremos sapos y culebras. Y aunque es triste asumirlo, es el principio y el
final de todo lo que nos ocurre. Pensar que esto no es cierto, sería como
pensar que la juventud de un anciano reposa en un puñado de canicas viejas, o
que los soldaditos de plomo corren por las calles.
Vivir en
libertad contigo, para vivir en libertad con los demás. ¿Lo has pensado? Hace
demasiado tiempo que quería hablar sobre la libertad, sobre el apego y el
desapego que debe vivir uno mismo. En última instancia, somos libres para
construir nuestro propio sendero. Hablemos de esa necesidad de vivir por encima
de estereotipos creados por una combinación de adoctrinamiento y actitudes
sociales, acciones colectivas y pensamientos propios.
Hay 207 estados
soberanos en el mundo y en 180 de ellos tienen libertad. Vivimos transportados
por la locura, demasiado inspirados a veces en que nos cuide el resto.
Habitamos un mundo enorme conceptualizado bajo el lema: “es culpa de la
Globalización”. Sin embargo, en el mayor de los casos, cuando nos
convencemos y salimos de ese paquete embasado al vacio, el 100% de nosotros lo
hace por algo que no puede dejar pasar, algo que consideramos crucial en
nuestra vida. Una acción vale para comenzar un largo camino, aunque sea
imposible saber cuándo o cual será su final. Más de siete mil millones de
personas, más de una séptima parte interconectadas a través de internet, al
igual que interconectadas están las economías de sus países y las tendencias de
consumo. Un mundo demasiado complicado como para tener datos certeros y más aún
si pensamos en la rapidez con la que se producen los cambios. Millones de
personas, y cada una con su vida.
Actuamos
defendiendo hasta con los dientes nuestra forma de vida y no cambiamos, o eso
creemos. “Algunas cicatrices las llevamos a todas partes, y aunque la
herida cierre, el dolor persiste” Llega el día en el que despiertas de
una forma totalmente nueva, y no eres la persona que eras. (…) Has cambiado y
con ello, tú vida. Ya no vale cualquiera o cualquier actividad para llenar el
hueco y tú te abres a la complicidad que aparece de pronto y casi sin
avisar. A veces, en ese estado de tiempo, llega la necesidad del
apego que puede ser tanto personal, sentimental como profesional. En lo
personal el apego es algo sumamente incontrolable, cuando algo conecta con uno
mismo es difícil que esto no le atraiga. En lo sentimental el apego es más
controlable y aún así a veces te lleva por un riachuelo que se abre paso en
libertad, tal como fluye la lluvia, sin miedo. En lo profesional el apego debe
ser controlado, por difícil que parezca tu trabajo – seas jefe o empleado
– no puede ser más que otro pedazo de tu vida que complemente el resto.
Puedo hacer
planes de aquí hasta el próximo siglo, pero si me preguntan donde estaré en
diez años… “Haz un plan, fíjate una meta y trabaja por ella.” ¿Lo
dijiste? Ahora mira a tu alrededor, cuenta con los demás, haz que los
demás cuenten contigo, vive a fondo… eso es todo. Los últimos meses no han sido
tal vez los mejores, -no asustarse, para nada los peores- y creo que he
aprendido o reaprendido de algunos acontecimientos que me han ocurrido. Lo
primero, que el desapego es clave para que uno mismo sea feliz, he vuelto a
entender que los demás no siempre pueden estar encima de uno mismo y que uno
mismo no puede estar siempre encima de los otros, parece algo simple, pero
estaréis de acuerdo conmigo que en contexto es algo francamente difícil.
Lo segundo que
he aprendido es que uno no puede callar eternamente. Sea de la índole que sea,
de manera incontrolable acaba saliendo. Entre tanto, esa sensación irracional
de que puedes controlarlo todo desaparece, nos creemos capaces ahora, incluso
de querer saber cuándo o no se conectan las personas con las que nos
relacionamos, - a no ser que tengan Iphone y no nos muestren su ultima hora de
conexión. ;-) - A veces la realidad entra a escondidas y nos muerde el culo, y
entre mordisco y mordisco, despertamos, nos asustamos, lo entendemos y seguimos
adelante de la forma que sea.
Algo curioso en
nuestra forma de relacionarnos, dos de cada tres personas que conozcas en tu
vida y con las que conectes no se parecerán en nada a ti. En un mundo cada vez
más que conectado, olvidamos en ocasiones conectarnos a la realidad de las
cosas.
También leí
hace tiempo, que nueve de cada diez personas viven enlatadas en una vida, que
más allá de hacerles felices, no la han decidido. Esas nueve, o lo que es lo
mismo el 90% de las personas viven en una vida en la obedecen directrices
determinadas por la mayoría, hacen todo lo posible por no salirse del camino
marcado, rechazando otras formas de pensar, cualquier plan que no vaya con
ellos.
A veces los
problemas no se resuelven como uno espera, y cuando eso ocurre solo queda
improvisar. No nos gusta cambiar porque a menudo lo hemos hecho cuando no nos
ha quedado más remedio. Por eso lo solemos asociar con la frustración y el
fracaso. Tanto es así, que existen siete mecanismos de defensa cuya función es
garantizar la parálisis psicológica de la sociedad. La tensión entre
razón teórica y razón práctica —y el dualismo que la provoca— no es fácil de
resolver, y menos aún de disolver. Pensé en enlazarlo y escribir sobre ello
pero recordé que hace unos meses Borja Vilaseca escribió en
el País Semanal un artículo que llevaba por título ‘Que
cambien los demás’ y que considero tan completo que ahora lo comparto.
El primer
mecanismo de defensa es el miedo (1), en seguida aparece en escena el
autoengaño (2), es decir mentirnos a nosotros mismos –por supuesto, sin que nos
demos cuenta- para no tener que enfrentarnos a los temores e inseguridades
inherentes a cualquier proceso de transformación. Para lograrlo basta con mirar
constantemente para otro lado. Como decía Goethe “nadie es mas esclavo que
quien falsamente cree ser libre”. (…)
Por esta razón,
el autoengaño suele dar lugar a la narcotización. (3). Y aquí todo depende de
los gustos, preferencias y adicciones de cada uno. Lo cierto es que la sociedad
contemporánea en la que vivimos promueve infinitas formas de entrenamiento que
nos permiten evadirnos las 24 horas del día. Dado que en general huimos
permanentemente de nosotros mismos, lo más común es encontrarnos con personas
que no van hacia ninguna parte. Ir a ninguna parte puede ser, creer que todo
está perdido, no fijarte un plan de vida, ¿lo intentaste alguna vez? o no
replantearte aspectos de tu vida que tal vez ya no totalicen en nada la
realidad que vives pueden ser algunos de los casos.
Con el tiempo,
esta falta de propósito y de sentido suele generar la aparición de la
resignación (4). Cansados físicamente y agotados mentalmente, decidimos
conformarnos, sentenciando en nuestro fuero interno que “la vida que llevamos
es la única posible”. Asumiendo así, definitivamente el papel de víctimas
frente a nuestras circunstancias. En caso de sentirnos cuestionados solemos
defendernos impulsivamente por medio de la arrogancia (5), muchas veces
disfrazada de escepticismo. Esta es la razón por la que solemos ponernos a la
defensiva frente a aquellas personas que piensan distinto. Al mostrarnos
soberbios e incluso prepotentes, intentamos preservar nuestra rígida identidad.
Este camino es
corto, y si seguimos posponiendo lo inevitable, la arrogancia suele mutar hasta
convertirse en cinismo (6). Sobre todo, tal y como se entiende hoy en día. Es
decir, como la máscara con la que ocultamos nuestras frustraciones y desilusiones,
nuestros miedos y preocupaciones, y bajo la que nos protegemos de la
insatisfacción que nos causa llevar una vida de segunda mano, completamente
prefabricada. Tal es la falsedad de los cínicos, que suelen afirmar que “no
creen en nada” poniendo de manifiesto que en realidad no creen en sí mismos.
Por último, existe un séptimo mecanismo de defensa: la pereza (7). Y aquí no
nos referimos a la definición actual, sino al significado original. La palabra
pereza procede del griego acedia, que quiere decir “tristeza de
ánimo de quien no hace con su vida aquello que intuye o sabe que podría
realizar”. En fin, nadie dijo que fuera fácil pero para empezar a cambiar solo
hay que dar un primer paso.
Después de leer
a Borja Vilaseca podríamos decir que ser realistas es más
difícil de lo que parece, y obviamente, si nos comparamos con Leonardo
da Vinci, Edison, Marie Curie… o Bernbach, Ogilby, Edward Nash,
Gordon Lewis… o los más grandes emprendedores, pensadores y empresarios de
nuestra época pondremos el listón tan alto que se nos quitaran las ganas de
empezar.
¿Qué tal si nos
comparamos con el ama de casa que con 600 euros al mes paga el piso, el colegio
de los niños, mantiene a la familia y ahorra?, o, ¿Qué tal si nos comparamos
con el estudiante que se paga la carrera repartiendo pizzas, cuidando ancianos
y enseñando matemáticas?, o tal vez, ¿Qué tal si nos comparamos con el pequeño
empresario que saca adelante 14 puestos de trabajo, compite contra la
tecnología extranjera, nunca recibió una subvención y lucha contra viento y
marea cada día?
Si somos
realistas, así el listón no deja de parecer alto, pero así veremos que personas
como cada uno de nosotros consiguen seguir adelante cada día. Si somos
creativos aprenderemos a fortalecer nuestras miras y así, el túnel jamás
parecerá tan largo. (…) Cuando Juan Sebastián Elcano observó
que seguían viéndose en el horizonte los mástiles de los barcos mientras ya no
se veían los cascos de los mismos, e imaginaba la forma redonda de la Tierra,
estaba siendo tan ingenioso y creativo como Procter and Gamble, que
al equivocarse fabricando el jabón Ivory (las pastillas se
quedaban flotando como trozos de corcho) decidieron ofrecer-lo como un invento
que impedía que la gente se partiera la crisma al pisar el jabón en la bañera.
Y todos, somos
por naturaleza igual de creativos e ingeniosos que la madre que elige el tubo
de pasta dentífrica con la boca más estrecha, porque así cunde más, o la que
inventa el donut al observar que sus tartas se quedan pocas
hechas por el centro y decide ponerle allí un agujero. El ingenio, la necesidad
de auto-realización, la necesidad de proseguir adelante, de querer entender o
de ser entendidos, la inquietud de saber más sobre aquello que tanto nos
interesa, forma parte de nosotros. Solo queda intentarlo, dar un
primer paso, creer en imposibles.
Como dice el
dicho popular, “querer es poder” se trate del ámbito que sea.
Y no existen maquinas para medir todo esto. Mal que le pese a Marvin
Minsky, que dijo en cierta ocasión que nuestras mentes son computadoras
hechas de carne. “El primer paso para resolver un problema es reconocer
que existe.” Mucho me temo que mientras no se invente un procedimiento
más fiable, la subjetividad de cada uno, o de quienes le rodean y nuestro
propio fuero interno seguirán siendo el criterio preferente para determinar la
validez o no de un acierto. En ese camino aprendamos cada día a seguir
abriéndonos con simpatía, ponernos en el lugar del prójimo e intentemos no
prejuzgar antes de lo necesario.